Hablar es la mejor herramienta para comunicarse, expresar nuestros deseos, emociones y demostrar nuestros sentimientos hacia los demás. Con la palabra también opinamos y hacemos partícipes a los demás de nuestros aprendizajes.
En ocasiones, sin embargo, no es fácil hablar sin discutir. Y algunas conversaciones que comenzaron como un intento de diálogo y acercar posturas, termina convirtiéndose en una batalla campal en la que nadie gana ya que la mayoría de las veces, la discusión no conduce a nada positivo.
¿Por qué discutimos?
Las personas que no pueden dejar de discutir cuando hablan suelen adolecer de empatía, es decir, la capacidad de ponerse en el lugar del otro. La humildad tampoco es un rasgo característico de su personalidad y el deseo de estar por encima de los demás y ganar suele identificar la mayoría de sus acciones. Cambiar este modo poco fructífero de comunicarse con los demás pasa, por tanto, por un cambio de actitud y por aprender lo más básico: escuchar.
Saber escuchar:
Una de las claves para hablar sin discutir es saber escuchar, prestar atención a lo que se oye y darle credibilidad. Es decir, dejar de sentir que siempre se tiene la razón. Esta actitud nace del respeto hacia el otro ya que no solo estamos demostrando que valoramos su opinión sino que valoramos a la persona que la emite.
Respetar el turno de palabra también es básico a la hora de comunicarse con los demás positivamente. Las interrupciones son un signo de mala educación. Además, denota falta de empatía y de interés por lo que está expresando nuestro interlocutor. Antes de interrumpir una conversación, cuenta hasta cinco interiormente y piensa que lo que te están contando también es importante.
Por último, si se tiene la firme voluntad de hablar y comunicarse de forma positiva, es importante comunicarlo a los demás y pedir que nos recuerden cuándo estamos rompiendo con nuestro propósito sin tomarlo, por supuesto, como una reprimenda o como una ofensa que nos dé las excusa perfecta para volver a discutir.
¿Sabes hablar sin discutir?
Denota respeto, empatía y voluntad de escucha y entendimiento. La discusión continua, en cambio, produce fisuras, aleja a los interlocutores y acaba creando sentimientos de frustración.
