Todos hemos experimentado estrés en algún momento de nuestras vidas y la mayoría de nosotros también ha sufrido eso de “no poder más, no saber qué hacer y estar a punto de explotar”. Es algo perfectamente normal. Al fin y al cabo, el estrés es una respuesta habitual, tanto de nuestro cuerpo como de nuestra mente, ante estímulos de gran intensidad, ya sean positivos como negativos. El problema sucede cuando la situación se vuelve persistente, es decir, cuando vivimos día a día con estrés, desde que nos levantamos hasta que nos vamos a la cama, pues nuestro cerebro no está preparado para ello.
El estrés nos altera, nos cambia y hace incluso que percibamos todo lo que nos rodea de forma diferente
De repente, tenemos la sensación de pérdida de control o estamos a punto de perderlo, todo se vuelve amenazante y nos percibimos incapaces de hacer frente a las circunstancias, sobre todo, si las condiciones estresantes se alargan en el tiempo. De hecho, no solo nuestra mente reacciona, sino que también lo hace nuestro cuerpo: dolor de cabeza, contracturas, problemas de estómago… Cuando sentimos que no podemos más y lo ocurrido puede con nosotros, cuando los pensamientos se nublan y todo es caos a nuestro alrededor, nos encontramos en la zona roja del estrés: es decir, estamos al límite.
Vivir así nos afecta, y mucho, entre otras cosas porque acabamos perdiendo el control de nuestro pensamiento, el cual pasa a manos del miedo y la angustia constante. Y en ese estado es difícil reaccionar desde la reflexión con una respuesta coherente, más bien lo que acaba pasando es que respondemos automáticamente por debajo de nuestra inteligencia, desde la impulsividad, o lo que es lo mismo, reaccionando sin darnos cuenta. Ya no pensamos de manera lógica, sino atrapados por nuestras emociones, lo que conlleva un gran coste.
A continuación, veremos todo lo que implica quedar estancados en la zona roja del estrés, tanto a nivel físico como psicológico y qué podemos hacer para salir de ese estado o al menos aprender a gestionarlo.
¿Cómo afecta el estrés crónico al cerebro?
Cuando experimentamos estrés, se reduce el aporte de energía al cerebro, debido a que en esas circunstancias hay otras partes del cuerpo que se priorizan, como los músculos. Esto ocurre porque el cerebro percibe que nos encontramos ante una amenaza y enciende su sistema de alarma para ayudarnos a escapar o defendernos, una respuesta muy primitiva, pero que implica como máxima prioridad la supervivencia y que conlleva la anulación de nuestra parte más racional (la amígdala inactiva la corteza prefrontal), pues para nuestro instinto lo más importante no es razonar, sino actuar.
El estrés provoca una respuesta primitiva que anula nuestra parte racional y potencia la musculatura
Com consecuencia, el desempeño cognitivo se anula o se ralentiza, lo que a su vez implica dificultades para focalizar la atención, la aparición de dudas e inseguridades, fallos cognitivos, visión de túnel (solo se ve lo negativo), la pérdida de memoria e incluso la incapacidad para asentar nuevos recuerdos, esto último debido a la liberación constante de cortisol, también conocida como la hormona del estrés, según un estudio de la Universidad de Greifswald (Alemania). De hecho, también se producen cambios físicos en el cerebro, pues el hipocampo, una estructura cerebral relacionada con la memoria y las emociones, sufre una alteración en su morfología.
Ni que decir tiene que todo esto repercute en el estado de ánimo. El agotamiento físico, un enfoque mental negativo y fallos a la hora de razonar pueden desembocar directamente en un estado afectivo negativo y a la larga en depresión, con todo lo que ello conlleva.
¿Y al cuerpo?
A pesar de que la mayoría de las personas piensan que el estrés es algo mental, también tiene consecuencias físicas. Y es que la relación mente-cuerpo existe y es indivisible. Por ello, se puede producir un aumento de la tasa cardíaca, la actividad renal y el factor coagulador de la sangre. De hecho, algunas investigaciones afirman que el estrés crónico también podría aumentar los niveles de colesterol malo o LDL.
El estrés también puede promover el sobrepeso
Otro aspecto a destacar es la respuesta inflamatoria de la piel ante el estrés, la cual puede desembocar en manchas o en dificultades para cicatrizar heridas, según un estudio llevado a cabo por la Universidad de Berlín. E incluso nuestro apetito también puede verse afectado por el estrés, ya que este altera la producción de grelina, una hormona que estimula el apetito y participa en el metabolismo de las grasas y azúcares. De hecho, se cree que la grelina actúa como un protector de la carga psicológica producida por el estrés constante, pero a su vez promueve el sobrepeso. Y por último, no podemos olvidarnos de las dificultades para dormir, las cuales también tienen relación con el estrés.
Claves para gestionar el estrés
¿Siempre que estemos estresados sentiremos la misma afectación? La respuesta es no. Solo cuando llegamos a la zona roja del estrés, es decir, cuando el estrés se vuelva crónico porque llevamos meses o años intentando hacer frente a algo que no sabemos gestionar, aparecerán algunos de los síntomas y alteraciones anteriormente mencionados. La cuestión es ¿cómo actuar para no llegar al límite? Las siguientes claves para gestionar el estrés pueden ayudarnos. Ante todo, ten en cuenta que es imposible vivir sin estrés, por ello más que hacer que desaparezca hay que aprender a lidiar con él.