Una chaqueta con tintes rosa y azul claro resalta sobre el escaparate. Salió al mercado hace apenas dos semanas y ya la visten más de dos millones de personas en todo el mundo. Es el poder de la globalización o del mercado de masas, donde todavía no se sabe muy bien si eres tú quien elije la ropa o si la ropa te elige a ti. Una se acerca al mostrador, pregunta sobre es ese pantalón campana que tuvo la semana pasada sobre sus manos y ni rastro. ¿Y en el almacén? Nada. ¿Tienda online? Silencio. Hace años las tendencias de moda iban de la mano de las estaciones; otoño, invierno, primavera, verano marcaban las nuevas colecciones.
Ahora, cada poco tiempo se producen nuevas prendas. Algunas marcas lanzan hasta 20 colecciones al año. ¿Cómo es posible? Ropa que aparece y se destruye en cuestión de semanas. Vertederos llenos de poliéster. De hecho, al año se tiran a la basura 16.030 toneladas de ropa, un 811% más que en 1960, según un informe de la Agencia de Protección Medioambiental. Los datos oficiales de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) ya desvelan que, la industria textil es la segunda más contaminante del mundo, por detrás de la petrolera y por delante de la ganadera.
Y cómo todo gran fenómeno, el consumo masivo de ropa, que ya se inició a finales de los años 60 con la democratización de la moda (prendas más baratas, hechas con nuevos materiales y diseños), también tiene nombre. Es la conocida como fast fashion o moda rápida que pone en relieve el famoso "usar y tirar". Abrigos que no llegan a coger polvo porque ya hay otro en el escaparate que ha entrado por nuestros ojos. O como esa prenda que devolvemos, que no se vende, que queda en almacén y acaba en vertedero. Todo dentro de un mercado textil basado en lo inmediato, que, a pesar de las recomendaciones de la ONU, todavía no tiene en cuenta la cantidad de C02 que emite la incineración de excedentes textiles en nuestro ecosistema.
"El capitalismo nos ha hecho creer que el progreso es un crecimiento ilimitado, que la economía funciona si crece ilimitadamente. Pero este planteamiento es contrario a los propios principios de la vida, que es finita, tanto la individual como la del conjunto del planeta". Marina Garcés
Sin embargo, frente a la fast fashion, en los últimos tiempos han aparecido marcas alternativas a este modelo de consumo global. Es la llamada slow fashion, que apuesta por un sistema más transparente y sostenible. En España ya son muchas las firmas que se han sumado a este sistema sin deslocalización y que trabaja con materiales no contaminantes. Un ejemplo de ello es la firma barcelonesa Zer Collection de las diseñadoras Ane Castro y Núria Costa. Dos jóvenes emprendedoras que con su primera colección sobre la mesa, ya apuestan por una filosofía de comercio justo, basada en la sostenibilidad, la innovación y el kilómetro cero.
La slow fashion es ya una realidad a la que también se han unidos otras marcas españolas como Ecoalf, Efímero o Latitude. Comercios que luchan contra los gigantes de la industria textil, intentado dar una alternativa al consumo masivo, conscientes de que, como indica Marina Garcés, ganadora del Premio Ciutat de Barcelona 2018, en su libro 'Nueva ilustración radical': "El capitalismo nos ha hecho creer que el progreso es un crecimiento ilimitado, que la economía funciona si crece ilimitadamente. Pero este planteamiento es contrario a los propios principios de la vida, que es finita, tanto la individual como la del conjunto del planeta". Marina Garcés